El Corán cristiano
Las tesis de Günter Lüling
1. ¿Una creación uniforme?
Es sabido que la Biblia no es un producto homogéneo de una sola mente sino que presenta una gran diversidad de ideas reunidas de forma más bien casual, y transmitidas de manera frecuentemente dudosa hasta su inclusión definitiva en el códice del Antiguo o el Nuevo Testamento. Hasta ahora, sin embargo, no se aplicaba la misma visión al Corán, que se acepta comúnmente como la creación de un único hombre, Mahoma – su nombre exacto era Mohamed ben Abdala – en el siglo VII (exceptuando, desde luego, quienes le atribuyen un origen directamente divino).
El teólogo alemán Günter Lüling, de Erlangen, ha realizado una minuciosa investigación exegética del texto coránico. Llega a una conclusión prácticamente inaudita en la historiografía actual, pero no por ello menos convincente: el núcleo central del Libro Santo del islam está constituido por cierto número de canciones paleocristianas que más tarde fueron modificadas y enriquecidas con otras ideas.
Las primeras publicaciones de Lüling en este sentido se remontan al año 1970. Fueron inicialmente rechazadas por los demás teólogos y orientalistas. Hoy, sin embargo, Lüling cuenta con diversos seguidores entre prestigiosos orientalistas alemanes, franceses e ingleses.
Para comprender la base cristiana del islam conviene recordar que en los primeros siglos del cristianismo había dos corrientes principales que compartían la nueva religión. Fueron los conversos de procedencia grecorromana y los de origen judío, respectivamente. El primer grupo, al que pertenecía San Pablo, dio origen a la Iglesia – aunque ésta se dividió más tarde en diferentes fracciones – mientras que el conjunto de los judíos convertidos a la fe cristiana generó la secta de los ebionitas, llamados también nazoreos o simáqueos. Se distinguían en varios puntos importantes de los cristianos grecorromanos: creían en un dios único, no trinitario y rechazaban el dogma de la divinidad de Jesucristo, al que consideraban un ser angelical elegido o adoptado por Dios y convertido en mesías. Entre sus costumbres destaca la convivencia del bautismo con la circuncisión y la observación del sábado como día de descanso. Condenaban los sacrificios, rechazaban la ley de Moisés y los profetas tanto como las reglas establecidas por San Pablo y daban gran valor a la pobreza y al vegetarianismo. En sus ritos hicieron hincapié en las abluciones y fue común la orientación hacia Jerusalén, mientras que los grecocristianos solían orientarse hacia Oriente.
En el concilio de Nicea (325 AD) se condenan los dogmas de los ebionitas y hacia finales del siglo IV se pierden las huellas de esta secta.
Lüling muestra que en la ideología del islam primitivo se pueden detectar numerosas influencias ebionitas; muchas de ellas se conservan hasta hoy en las creencias ismaelíes-chiitas. Sabemos por ejemplo que Mahoma estableció inicialmente una qibla – la orientación durante la oración – que señalaba hacia Jerusalén; sólo más tarde la cambió por la orientación hacia La Meca. A base de comparar la planta de la Caaba, el santuario central de La Meca, Lüling llega a la conclusión que ésta fue inicialmente una iglesia paleocristiana, también orientada hacia Jerusalén. Habría sido, de todas formas, extraño suponer que toda la Península Arábiga hubiese quedado libre de influencias cristianas. Es lógico pensar que aparte de las numerosas comunidades judías había grandes colectivos cristianos entre la población; sus huellas no están del todo perdidas. La Arabia interior era precisamente el refugio y asilo de muchos grupos judeocristianos, después de que sus dogmas fueran condenadas en 325 AD. En este contexto, los Quraish de La Meca era grecocristianos enemistados con lo ebionitas.
2. Las tres capas del Corán
Lüling distingue tres fases en la recopilación del Corán:
Primero existía un compendio de canciones paleocristianas árabes. Estas canciones fueron enriquecidas por Mahoma que les dio un nuevo sentido. De esta manera quedó constituido el llamado “Corán primitivo” que fue transmitido por escrito aunque – debido a que el alfabeto árabe aún se utilizaba sin los puntos diacríticos que en realidad permiten distinguir las letras – se cometieron numerosos errores en las posteriores lecturas y copias.
Después de Mahoma nos encontramos con un lapso de tiempo de aproximadamente 150 años durante los que no se realizaron aportaciones dignas de mención. Transcurridos éstos, se empezó a fijar por escrito la biografía de Mahoma y se modificó en gran medida el texto del Corán con el fin de borrar todo vestigio de parentesco con las religiones cristiana y judía.
Concluida este cambio, aún tuvieron que transcurrir otros 200 ó 250 años durante las que se consolidó la tradición islámica. Sólo al cabo de este período de tiempo, el islam tal y como lo conocemos hoy consiguió constituirse como doctrina única, tras haber eliminado todas las demás corrientes.
En resumen, el islam actual es un producto de los siglos IX y X. El dogma según el Corán es un libro santo no creado por el hombre sino eterno y divino se estableció como muy pronto a finales del siglo VIII. No es verosímil que el califa Otmán – tal y como enseña la teología islámica – consiguiera unificar pocos años después de la muerte de Mahoma todas las versiones coránicas existentes, ya que aún en 1007 AD se hizo quemar una versión anterior a la supuesta unificación. Además, llama la atención el hecho de que los comentarios del Corán más famosos se escribieron en los siglos X, XII y XIII. Es más, no conocemos apenas los pensamientos de los musulmanes primitivos, ya que el imperio árabe propiamente dicho fue derrotado por los abasíes en 750. En este momento se inicia un nuevo capítulo en la historia del islam que viene determinado por la influencia persa de esta dinastía cuya historiografía consiguió eliminar prácticamente por completo la anterior.
Hasta comienzos del siglo V de la hégira – el siglo XI cristiano – no concluyó la manipulación y modificación intencional de todo cuanto quedaba de textos históricos anteriores. Así, por ejemplo, no conocemos la Crónica de La Meca redactada por Al-Azraqi en 858 AD sino únicamente una recopilación de su obra realizada en 960. La biografía de Mahoma, escrita por Al-Waqidi (muerto en 822 AD) no nos ha sido transmitida como original sino sólo en forma de una edición resumida y modificada del siglo X. Se podría aceptar a Al-Ya’qubi (muerto en 897 AD) como uno de los historiadores árabes más antiguos. De todo ello resulta que los primeros siglos del islam no están en absoluto bien documentados.
Ahora tampoco nos pueden sorprender ya las influencias “musulmanas” en la poesía preislámica, señaladas por numerosos autores árabes (como Taha Husin). En vez de dudar de la autenticidad de las baladas se debe suponer que fueron influidas por las mismas canciones judeocristianas que forman el núcleo del Corán, instrumento de las reformas de Mahoma.
3. Las reformas de Mahoma
Lüling define así las reformas emprendidas por Mahoma:
“La actitud del Profeta se concentra en defender las tradiciones de los judeocristianos, monoteístas y opuestos a la iconolatría, contra el cristianismo trinitario y helenístico establecido en La Meca. Para este fin, Mahoma unió y aleó las tradiciones ebionitas con las árabes, paganas y también carentes de imágenes sagradas”.
Como vemos, Mahoma no abandona el paganismo árabe a favor de un monoteísmo que se acerca al cristianismo y judaismo sino que se aleja de estas dos religiones bien asentadas en su ámbito para volver a algunos principios religiosos y morales paganos. Éstos encontraban su máxima expresión en ritos que veneraban las alturas o cumbres. Se trata de un culto muy antiguo – se remonta al neolítico – que también otorga especial importancia a las tumbas, a los antepasados y a los héroes. Implica asimismo la idea de la resucitación o reencarnación de los muertos.
Es lógico que no sólo se manipuló la historia de la creación del Corán sino también la referida a la expansión del islam. Es sumamente inverosímil que los adeptos de esta religión, que no constituían más que un pequeño grupo de mercaderes y nómadas en el interior de la Península Arábiga, pudiesen haberse extendido de tal manera que 30 años después llegasen a dominar un imperio que abarcó desde Túnez hasta Persia y otros 50 años más tarde enlazaba la India con los Pirineos, amenazando Constantinopla. Máxime cuando las tribus árabes no formaban un bloque homogéneo y cuando su religión común tampoco les impidió enzarzarse en sangrientos conflictos de sucesión. Las guerras internas entre el omeya Mo’awiya y los seguidores de Alí y Husein en el siglo VII deberían haber paralizado todo intento de fundar un imperio árabe.
Debemos suponer más bien que la expansión del islam tuvo lugar de forma pacífica como una misión que – aportando junto a la fe un nuevo idioma de comunicación escrita – se introdujo en las regiones, parcialmente cristianas y judías, que ya habían sido unificadas por el imperio sasánida en Asia y el romano en África del Norte, tal y como el historiador catalán Ignacio Olagüe lo demuestra, con toda minuciosidad, para el caso de la Península Ibérica.
Lüling se limita a fechar la primera recopilación de los textos judeocristianos alrededor del año 500, sin interferir en la datación de Mahoma y sin poner en cuestión la cronología comúnmente aceptada. Su visión del origen del islam, sin embargo, se entiende mejor si asimilamos la idea de que las cronologías anteriores a 1500 no son fiables y que el tiempo transcurrido entre la aparición del cristianismo y la fundación del islam no se debe medir en siglos sino quizás sólo en décadas.
Libros de Günter Lüling:
Über den Ur-Qur’an (Erlangen 1974) [“Sobre el Corán original“]
Die Wiederentdeckung des Propheten Mohammed (1981). [“El redescubrimiento del profeta Mahoma”]
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