Lüling: un arabista a contracorriente
Una reseña de la vida y obra del teólogo y arabista Günter Lüling
Günter Lüling define su trabajo como una tarea liberal-teológica y crítica con los dogmas. Su base es la discusión teológica que hasta la I Guerra Mundial estaba en pleno auge, pero luego fue asfixiada. Al menos la disputa teológica entre cristianismo e islam se ha excluido de las universidades europeas, una dura experiencia personal para Lüling, cuyo trabajo fue bloqueado por las consignas de la ‘corrección política’. Ésta sepulta desde hace décadas bajo un espeso silencio las cuestiones teológicas más fundamentales para esta disputa.
El asunto central de este debate es el dogma de la Trinidad, defendida por el cristianismo y rechazada con virulencia por el islam. Esta es la conclusión a la que se había llegado a finales del siglo XIX en los círculos teológicos europeos, dado que los protestantes realizaban en esta época sinceros esfuerzos para disolver y esclarecer los puntos irracionales y erróneos de su propia tradición religiosa. Como mejores ejemplos de una larga hilera de precursores, Lüling cita a Albert Schweitzer y Martin Werner. Ambos habían descubierto que la Trinidad es un invento tardío helenístico, que no tiene absolutamente nada que ver con el cristianismo semítico de Jesucristo. De ahí que tampoco aparece en ninguna página del Nuevo Testamento. Y dado que de cada tres importantes eruditos del islam en Europa, al menos dos eran teólogos protestantes o rabinos judíos liberales, este descubrimiento había ocupado un lugar importante.
Lüling señala además que “las tribus germánicas cultivaban un cristianismo no trinitario”, evitando así el concepto del arrianismo, creado por la Iglesia y muchas veces mal utilizado. (Lo mismo lo había dicho el historiador español Ignacio Olagüe, y todo encaja muy bien con las nuevas ideas de la cronología crítica).
La primordial tarea de Lüling, según su opinión, es mostrar los fundamentos teológicos de los conflictos armados en Oriente Próximo, y apaciguar las confrontaciones quitando la base a los fundamentalismos, lo que podría conducir hacia una paz duradera. Esta tarea también debería incluir las bases del judaismo, un aspecto que falta en los primeros libros de Lüling, peo está tratado en profundidad en su obra más reciente, aún inédita.
Consideremos aquí también el libro sobre el “Corán primitivo”, traducido hace pocos años al inglés, que permite intuir la forma original de las azoras coránicas y en parte las reconstruye con maestría. En primer lugar, Lüling constata, basándose en investigaciones anteriores, que Arabia Central ya estaba ampliamente cristianizada en el momento en el que el profeta Mahoma difundió su religión. Algo que muchos arabistas han demostrado en detalle – en España basta una referencia a Miguel Asín Palacios – desde hace varias generaciones. El templo de La Meca era originalmente una iglesia dedicada María; lo atestiguan los frescos de la pared que Mahoma hizo eliminar cuando la consagró de nuevo. También la mitología de los ángeles que aparece en el Corán fue localizada de forma muy similar en el Nuevo Testamento por Albert Schweitzer y Martin Werner; indica que los grandes fundadores de religiones Jesucristo y Mahoma se entendieron como ángeles, existentes antes y después de su misión en la tierra. El tercer elemento paleocristiano en el Corán es el movimiento purificador del joven islam, que predicó un retorno hacia las formas originales de la religión fundada por Abraham. El antiguo culto a las alturas, tradicional en Arabia desde el neolítico, no se condena en este contexto como una costumbre pagana sino como meta de una renovación de la fe (véase la ‘Prédica del Monte’ de Jesucristo).
De esta forma, Lüling descubre en el Corán el mismo proceso de reinterpretación del texto, que hace tiempo se demostró para la Biblia, y pide un retorno al significado original. En su forma actual, el Corán troca la intención original del profeta por su contrario, algo que sólo se puede corregir a través de una valiente reconstrucción del texto. Los medios empleados para ésta se hallan en la mejor tradición de los brillantes trabajos filológicos de los eruditos europeos del siglo XIX. Lüling recurre en su interpretación a textos arameos, sirios e etíopes y encuentra así un sorprendente número de paralelismo en las azoras del Corán, para desembocar en el descubrimiento generalizado de que muchos versos se derivan directamente de modelos litúrgicos cristianos.
Para llegar hasta este punto es necesario, no obstante, analizar la estructura básica de las palabras coránicas, dado que éstas pueden haber sido distintas a las actuales: en las primeras fases de la tradición escrita faltaban tanto las señales vocálicas como los propios puntos diacríticos que distinguen un fonema de otro; así la misma frase se puede leer de maneras muy distintas y, a veces, con un sentido opuesto. Ésta es la razón por la que fue posible, en épocas posteriores, modificar la lectura del texto y darle otro sentido. Una idea que implica un cambio en nuestra visión de la fijación del Corán, que durante el siglo y medio o los dos siglos oscuros tras la muerte del profeta debe haber sucedido de manera distinta a la que actualmente se considera establecida. Pese a la convicción general, probablemente no tuvo lugar una tradición oral ininterrumpida del texto coránico; más verosímil es que sólo el texto escrito perduró, porque sólo así era fácil leer las palabras de forma equivocada y darles un sentido distinto. Esta idea suscita nuevos problemas, que quizás hallen su solución a través de nuestra visión crítica de la cronología.
El análisis filológico estrico de Lüling demuestra que numerosas canciones cristianas forman una fase previa del Corán actual. Así, por ejemplo, los primeros cinco versos de la azora 971) reproducen claramente un villancico (pág. 116): se habla de que los ángeles y el espírituo de Dios bajan a la tierra y que la paz durará hasta que rompa la aurora (que se puede entender como: hasta el juicio final) – imágenes muy similares a las de los evangelios. Eso sí, la interpretación coránica, con su referencia al juicio final, llega un paso más lejos que el probable modelo cristiano. Por otra parte debemos suponer que también el cristianismo habrá erradicado muchas referencias a esta esperanza del cercano fin del mundo durante su evolución. En todo caso, la “Noche del Destino”, Lailat al-Qadr, la noche en la que la palabra ‘bajó a la tierra’ es una referencia obvia a la Navidad, mientras que la exégesis convencional lo interpreta como el momento de la revelación del Corán.
No es raro encontrar este tipo de modificaciones en la interpretación de una canción. Personalmente he podido documentar un indicio de este tipo entre los bereberes (amaziges) en el Alto Atlas: el estribillo de una canción popular, anotada por un etnólogo francés hace medio siglo, consiste en la frase: “se levantó, se fue y encontraron la mortaja” – una referencia a la resurrección de Jesucristo, como me pudo explicar un erudito de la tribu. La gente sencilla, en cambio, no era consciente de este concepto; de ahí que la traducción francesa publicada es ligeramente errónea: no da con el significado original (véase Topper, 1998-2, pág. 198).
Aparentemente sin haberlo buscado, Lüling nos ofrece con sus conclusiones los mejores argumentos para revisar la cronología. En el epílogo de su libro sobre el Corán primitivo señala (basándose en H. J. Schoeps) que la victoria del cristianismo se asocia habitualmente con el concilio de Nicea (325 AD), un momento que también se puede extender hasta 375 AD, y añade que el hecho de que la Iglesia asimilara las ideas de la Antigüedad clásica “ha contribuido de forma decisiva al estallido de la revolución islámica o, incluso, fue el factor decisivio que produjo esta revolución”. Esta idea se adapta muy bien a mi sugerida ecuación de las fechas 325 AD y 622 AD (momento de la hégira). Aunque estas fechas ya no se deben considerar como cifras reales, el análisis de Lüling aclara de forma convincente que se trata de sucesos simultáneos. También es de resaltar que Lüling habla de una “revolución” islámica, utilizando así el mismo concepto que Ignacio Olagüe, sin conocer a este historiador español.
Lüling resume sus conclusiones así: Frente al Corán primitivo, el Corán actual se ha formado como una reinterpretación del texto, basado sólo en la estructura de las consonantes, con el resultado de un texto nuevo que ya no tiene significado alguno (pág. 407). Los himnos paleocristianos fueron vaciados de su contenido original y convertidos en frases confusas. A ello se añade el daño que hizo al islam la asimilación de la cultura persa durante la épica abasí. Al huir de un debate serio con sus propias fuentes, es decir la Biblia, el islam se ha “sumido a sí mismo en la oscuridad” (pág. 409). “El método simple de modificar el texto a través de los puntos de los consonantes… y el idioma artificial que fija sus propias normas…, así como su rígido dominio religioso, han convertido el islam en un monstruo que mantiene una vida propia más allá de toda religión ideada por la humanidad” (pág. 410).
Finalmente, Lüling explica qué es lo que le empujó a realizar este enorme esfuerzo que se puede considerar uno de los trabajos más brillantes de la tradición filológica alemana: descubrir y hacer públicas las bases cristológicas de ambas religiones debe desembocar en un llamamiento tanto a cristianos como a musulmanes de acabar con sus querellas y volver a una forma de expresión más cercana a la originalmente creada por los profetas. Una meta admirable… Otra cosa es si las autoridades de ambos bandos monoteistas acepten este desafío.
Ver las obras más importantes de Günter Lüling.
1) El texto de la azora Nº 97, ‘Noche del Destino’ (Lailat al-Qadr), es el siguiente:
1. Nosotros lo hicimos bajar en la Noche del Destino
2. ¿Y qué te hace saber que es la Noche del Destino?
3. La Noche del Destino es mejor que mil meses
4. Bajan los ángeles y el Espíritu, con el conocimiento de su Señor en toda cosa
5. Hay paz hasta que rompa la aurora.