La Era hispánica y su origen
La Era hispánica (o era de César) se utilizaba, según los historiadores, en Europa Occidental entre el siglo V y el XV, una época en la que aún no se conocía el cómputo cristiano o aún no había llegado a ser de común empleo. La palabra Era probablemente es vándala y relacionada con la voz alemana Jahr (año); expresa un recorrido circular (de ahí la aceptación era: terreno redondo para trillar las mieses, haciendo circular a asnos o reses). Dado que este cómputo también se llamaba a veces ‘Era de la provincia’, durante algún tiempo se creía que se introdujo en el momento de convertir España en provincia romana. Esta interpretación hoy se descarta (ya Pauly-Wissowa anunció, en 1893 -I, 606- sus “gravísimas reservas”). Dado que para hacer coincidir los años de la Era con el los del cómputo cristiano hay que restar 38, se supone que fue introducida en el año 38 a.C.
Piedra de Granada (Alhambra) que reúne inscripciones de consagración para tres iglesias distintas, con un hueco para la fecha (arriba) y una fecha ERA añadida después (abajo a la derecha)
Lo que no hay es una explicación para esta fecha, ni suceso alguno que pudiera localizarse en este año y motivar la creación de un cómputo.
Existen varios centenares de lápidas y numerosos pergaminos con fechas de la Era, sobre todo en el ámbito del imperio visigótico (término que, por cierto, se suele traducir como ‘godos del oeste’ cuando lo correcto sería ‘godos del viso’ o aviso, sabios; al igual que ‘ostrogodos’ no significa ‘godos del este’ sino ‘godos resplandecientes’). Para examinar estos documentos, nada mejor que la obra del alemán Emil Hübner, redactada en latín, sobre las inscripciones de la España cristiana (Berlín, 1871), que aún se considera como referencia fundamental y fiable. Allí encontramos, por ejemplo, tres lápidas de diferentes iglesias de la provincia de Cádiz que ofrecen fechas de la Era del siglo VII y citan a un tal obispo Pimenio, también documentado en las actas de los concilios de Toledo. Estas tres lápidas se siguen considerando de forma unánime como auténticas, fuera de toda sospecha, y demostrarían así que en el siglo VII existían en España cristianos que fechaban sus actos memorables según el cómputo de la Era pagana.
Las tres fechas grabadas en la piedra son: 668 (lo que correspondería a 630 AD), 628 y 700. Según las actas de los concilios de Toledo, Pimenio ocupaba el cargo de obispo de Sidonia (Medina Sidonia, Cádiz), por lo menos de 671 a 684 Era, lo que encaja bien, al menos, con la segunda de las tres lápidas.
Dado que las tres lápidas me parecían un documento difícil de rebatir, viajé a Medina Sidonia y examiné personalmente la más antigua de las tres. La inscripción sobre la columna de mármol está muy bien conservada y se lee perfectamente:
(D)EDICATA.HECBASI(LI)CA.D.XVIIKAL(I)ANVARIAs.
ANNOSE(C)VNDOPONTIFICA(T)VSPIMENI.ERAdC(-)LXVIII
Lo que se traduce como: “Se dedicó esta basílica el 16 de diciembre en el segundo año del pontificado de Pimenio ERA 668”. Sólo faltan la primera y la última letra en todas las líneas por estar demasiado cerca del borde, que fue tallada limpiamente después. Da la casualidad que justo las letras que expresan el año están en el extremo borde, y partidas: ERA dC (=600) se halla en la penúltima línea; la cifra LXVIII (=68) conforma el último renglón. Esto facilita una manipulación posterior del elemento más importante, precisamente la fecha: era fácil eliminar más tarde una C del final de la penúltima línea.
Esta inscripción es la más antigua de todas las que se encuentran en iglesias andaluzas, como se subraya en Medina Sidonia con obvio orgullo. ¿Es auténtica?
La pregunta no es baldía. Por una parte, el lugar donde se halla la inscripción probablemente no sea el original: está grabada en muy poca altura -apenas un metro- en una de las cuatro columnas de la basílica; mientras que las otras tres son muy similares entre ellas, ésta es completamente distinta. Además sería lógico buscar una inscripción de este tipo bien sobre la puerta de entrada, bien cerca del altar, pero nunca en un lugar que ocultarían los fieles durante el rezo. Cabe suponer que durante la restauración de la iglesia se haya utilizado, de forma algo desafortunada, una columna que antes estuvo en un lugar distinto. Los nombres de los mártires, que en el siglo pasado se leyeron también sobre la columna, y a los que está dedicada la basílica, hoy ya no se encuentran… Mientras que la frase de la fecha está perfectamente legible, estos nombres fueron eliminados limpiamente. ¿Por qué?
La explicación más sencilla es la siguiente: los nombres de la gran mayoría de los santos están sujetos a la evolución del dogma de la Iglesia y permiten intuir el momento en el que fueron venerados. Si aparecen nombres tan sospechosos como Cosimo y Damián, el anacronismo es fácil de reconocer. De forma que tras un cambio del dogma se hacía necesario eliminar la lista de los nombres. Ésta, sin embargo, la conocemos de otra lápida de Pimenio, donde se da justo el caso contrario: la fecha fue eliminada, los nombres de los mártires se conservan; así tampoco salta a la vista anacronismo ninguno.
Pero puestas lado al lado, las dos lápidas muestran que aquí se han realizado ciertas manipulaciones, algo que da al traste con el valor de las fechas como testigos fiables.
Tras largas investigaciones llegué a la conclusión de que prácticamente todas las lápidas españolas con fechas de la ERA deben ser falsificaciones (ver Topper, 1998, cap. 5). Si analizamos el desarrollo de la ERA veremos por qué ni siquiera una lápida auténtica nos permitiría establecer una cronología fiable.
Inscripción de Córdoba atribuida al rey visigodo Suintila, con la fecha 665 ERA y la típica cruz de la Reconquista, habitual en el siglo XII
¿Cuándo se introdujo la ERA?
Nunca se ha aclarado del todo desde cuándo se utiliza realmente la ERA hispánica. Hübner (1871, Nº 113) ofrece como “inscripción más antigua sobre la que no pesan dudas” la lápida mortuoria de una mujer muerta en “504 ERA”. Otra da fe de la muerte de “la sierva de dios que vivió más o menos 70 años y murió ERA 552”. Esta lápida aún pude contemplarla en 1997 en el museo de Cádiz; fue retirada tras la publicación de mi libro.
Si los primeros testimonios de la Era se inician alrededor del año 500, sería interesante analizar la idea difundida (ver Krusch, 1880), según la que el rey vándalo Genserico, establecido en África del Norte, impuso la Era como cómputo para todo el imperio vándalo tras conquistar Roma en el año 493 ERA. Esto correspondería al año 455 AD. Poco después, también los visigodos asimilaron este cómputo, que en el concilio de Tarragona (516 AD) fue sancionado por la Iglesia como la oficial para toda la Península Ibérica, Francia Occidental, África del Norte y las islas mediterráneas. También se usaba en documentos árabes en España; en árabe se llamaba Tarij as-Safar. La palabra safar, en este caso, no está relacionado con el término Sifr (cero, de ahí ‘cifra’), como defendía Ideler, sino se deriva de una antigua forma del nombre de España, también llamada Sefarad entre los judíos. Tarij as-Safar significa así “Era hispánica”. Hay quien afirma que incluso algunos documentos alemanes de la época de Alfonso el Sabio utilizan este cómputo.
El escritor más importante de la Edad Media, y de quién más manuscritos se han conservado, es Isidoro de Sevilla (“siglo VII”). Este clérigo utiliza el cómputo de la ERA en uno sólo de sus libros, la Historia de los Godos, donde representa el hilo conductor para ordenar los sucesos. Varios historiadores consideran justo este manuscrito como atribuido falsamente a Isidoro. Algunos otros textos del autor ofrecen fechas de la ERA como marginalias, escritas obviamente por una mano más tardía. En su famosa “Historia Natural” (De Natura Rerum, Cap. VI, 7, también en las “Etimologías”, (Lib. V, Cap.XXXVI, 4), Isidoro explica que la ERA se creó en el año en el que el emperador Augusto realizó el primer censo de Roma (lo que según los historiadores sucedió en 7 ó 4 a.C.), algo que no concuerda en absoluto con la convención de fijar el año cero de la ERA en 38 a.C. Sólo podría referirse al año cero de la era cristiana, que se suele derivar del nacimiento de Jesucristo, ocurrido, según se cree hoy, en el año 7 a.C.
Yo concluiría que el inicio de la ERA juliana fue fijado -posteriormente- en el año de la reforma del calendario (‘juliano’) de César; es decir en 45 a.C. Más tarde, los cronistas que calculaban su relación con la era cristiana habrían mantenido el error de 7 años que aún hoy separa el año cero de este cómputo y el supuesto nacimiento de Jesucristo. En este modelo, el año en el que Genserico introdujo este cómputo no sería 493 sino 500 ERA. Por qué se elegía la cifra 500 para empezar una nueva forma de calcular los años es otra pregunta. Podríamos especular que los arrianos conocían un simbología escatológica (es decir referida al fin del mundo) fijada en quinientos años; las cifras redondas -más tarde solían utilizarse milenios completos- forman parte de la escatología de todas las religiones monoteistas que esperan un juicio final, la llegada de un mesías, etc.
El mágico año mil y uno
La espera de la llegada del Reino Milenario nos ha brindado un nuevo cómputo de tiempo. Gracias a los errores cometidos también nos ha dado la clave para comprender las manipulaciones asociadas a su introducción.
La ERA, con sus inscripciones y manuscritos que se inician alrededor del año 500, podría muy bien ser un argumento irrebatible que demostrara la existencia de los siglos oscuros de la Edad Media (que Illig y otros consideran inventados), si podemos estar seguros de que continuaba sin interrupciones hasta la introducción del cómputo cristiano. En el Renacimiento encontramos una clara correlación entre ambos cálculos, con la diferencia de 38 años (sin que importe en este caso si fueran originalmente 38 ó 45). Pero es justo aquí donde aparecen sospechosas irregularidades. Tras examinar innumerables detalles, he llegado a la conclusión de que la diferencia entre ERA y cómputo cristiano que se encontraron los autores del siglo XVI no sumaba, en realidad, 38 años sino 259: 297 (el salto de tres siglos asociado al cómputo cristiano menos 38).
Un primer indicio son las lápidas descritas por Hübner. Un ejemplo: la lápida nº 489 de su obra (pág. 117) menciona el año 621 ERA (correspondiente a 583 AD). Y esta fecha es imposible de aceptar, dice Hübner, en una inscripción que por todas sus características caligráficas y artísticas debe proceder necesariamente del siglo IX.
Supuesta lápida mortuoria del general bizantino Belisario (hallada en España) con huecos para edad y fecha de su fallecimiento
Este experto mueve la lápida sin reparos por tres siglos, sin dar mayor importancia el contenido de la inscripción: para él, el contexto paleográfico y arquitectónica es un argumento mucho más sólido para determinar la edad de la pieza que la fecha tallada en la piedra.
Esta lápida es sólo un ejemplo de muchas similares. Nos podemos reafirmar, pues, en que todas las fechaciones según la ERA no son más que intentos tardías de crear una Historia antigua, incentivados por reflexiones teológicas. La lápida mencionada, junto con otras, muestra que tuvo que haber dos distintos ordenamientos cronológicos de las que finalmente se impuso la más reciente, que ya incluía un salto sobre tres siglos frente a la anterior. Hübner sólo conocía aquélla y por eso tenía que rechazar una lápida que por otros motivos tenía que ser 300 años más reciente que lo que afirmaba su inscripción.
Una vez descubierto este desfase de tres siglos dentro de la propia cronología hispánica, ya no nos sorprende que las últimas inscripciones de la ERA en España se ubican en el siglo XI – concretamente, con fechas correspondientes a 1065 AD- mientras que es de dominio común que la ERA fue sustituida por el cómputo cristiano en el siglo XIV. ¿Será que nadie fechaba lápidas ni manuscritos durante los tres siglos que median entre estos dos momentos? Eso es imposible. Sólo puede tratarse de un desajuste en la correlación de los dos cómputos.
Hay un indicio muy concreto que incluso señala la diferencia exacta de los 297 años: el “Evangelio Eterno” de Joaquín de Fiore. Este ábade de Calabria (Italia) vivía, según las tradiciones eclesiásticas que lo describen a veces como ‘patrón de Italia’, “entre 1130 y 1202” y redactó un afamado comentario sobre el Apocalipsis de San Juan, publicado por el monje Gerardo en 1254 AD. Un año más tarde la Iglesia condenó el libro y encarceló al monje durante 18 años. El fragmento del texto que se conserva hasta hoy forma claramente parte de la ‘Gran Acción’: contiene disputas teológicas que debían dirimirse tras el Concilio Tridentino (celebrado en 1547). Este “Evangelio” de Joaquín de Fiore trata sobre todo de la profecía que define el año 1260 como el último de la Segunda Época del mundo y el inicio de la Tercera. En el “año de la gracia” 1260 concluiría, así, el primer Reino Milenario y se iniciaría el siguiente. La cifra 1260 existe también en el Antiguo Testamento (Reyes I, 17, donde se mencionan 3 años y 6 meses, que son 1260 días) y aparece cinco veces en el Apocalipsis, dos veces de forma explícita. Los historiadores, más tarde, ubicarían en este año el movimiento de los flagelantes de Italia, que hacían penitencia pública para iniciar así el “nuevo milenio”.
Pero ¿qué tiene que ver 1260 con 1.000? Muy sencillo: la llegada del nuevo Reino, vinculado al año Mil y cargado de temores por parte de la Iglesia, se había calculado sobre la Era hispánica: 1260 menos 297 es igual a 963. Y 963 más 38 (diferencia entre ERA y AD) es 1001.
Es decir: el año 1260 AD es el primer año del nuevo Milenio según la Era hispánica, antes de que ésta fuera desplazada por tres siglos. La fecha era fundamental: “Cuando se cumplan mil años, Satán será liberado de su prisión” dice el Apocalipsis (20, 7). La nueva época del mundo se inicia en este momento.
Este juego de fechas y cifras nos da la clave para comprender la función de la ERA: este cómputo había sido creado antes de que existiera la era cristiana (AD). Ésta última fue luego expandida para cubrir tres siglos más; al mismo tiempo se correlacionaron los dos cómputos con una distancia de 38 años. Fundamentada inicialmente en al supuesta reforma de Julio César en 45 a.C., el error de 7 años, habitual en la época, dio como resultado una diferencia entre ERA y AD de 38 años. El mencionado error era frecuente: Kepler lo hizo visible al calcular la conjunción de planetas durante el nacimiento de Jesucristo (“Estrella de Belén”) para el año 7 a.C.
La lucha entre distintas orientaciones teológicas dentro de la Iglesia católica también ha hecho surgir diferentes concepciones de la Historia y cronologías divergentes. La Iglesia romana temprana, dominada sobre todo por las influencias españolas -bajo los papas Borgia- difundía el mito de la misión cristiana de España por parte de Santiago (Jacobo), hermano de Jesucristo; más tarde, los papas romanos se distanciaron de esta visión y crearon la misión de Pedro y Pablo que dio primacía a las comunidades cristianas de Roma. Con ello, la cristianización de España se aplazó tres siglos, lo que se expresa también en el salto de la ERA.
Literatura:
Hübner, Emil (1871 und 1900): Inscriptiones Hispaniae Christianae, con Supplementum (G. Reimer, Berlin; nueva edición Hildesheim 1975)
Ideler, Ludwig (1826): Handbuch zur mathematischen und technischen Chronologie (2. Vol., Berlin)
Isidoro de Sevilla: Historia de regibus Gothorum, Wandalorum et Suevorum (ed. Faustinus Arevalo, Bd. 7, Paris 1862)
(1862): Etymologiarum, De Natura Rerum etc. (ed. F. Arevalo, Bd.I; Paris)
Krusch, Bruno (1880): Studien zur christlich-mittelalterlichen Chronologie. Die Entstehung unserer heutigen Zeitrechnung. (I y II, Berlin; 1938)
Landes, Richard (1988): “A study of apocalyptic expectations and the pattern of Western chronography 100-800 CE” in: The Use and Abuse of Eschatology in the Middle Ages. Hrg. W.D.F. Verbeke et al. (Löwen)
Pauly-Wissowa (1893): Lexikon der Altertumskunde (Edición Stuttgart 1958)
Topper, Ilya U. (1998): “Apuntes sobre la era árabe en el contexto mediterráneo” in: “Al-Andalus – Maghreb” III, Homenaje a Braulio Justel Calabozo (Univ. Cádiz)
Topper, Uwe (1998): Die “Große Aktion” (Tübingen)
(1999): Erfundene Geschichte (Herbig, München)
(2003): ZeitFälschung. Es begann mit der Renaissance (Herbig, München)
Traducción del alemán: Ilya U. Topper